Existe un instinto que comparten todas las personas del mundo: cuando sentimos picor, lo habitual es que tengamos el impulso de rascarnos. Esta práctica nos produce un alivio que suele ser momentáneo, porque, tras habernos rascado, la piel suele estar más irritada e inflamada, y volvemos a notar la sensación de picor y dolor que sentíamos al principio.