Depresión posparto y baby blues
Es necesario diferenciar entre dos condiciones: la depresión posparto y la llamada “tristeza posparto” (o baby blues en inglés). Sentirse triste tras el alumbramiento es una condición común y de corta duración, que afecta ocho de cada diez mujeres después de dar a luz.
Los síntomas de esta condición temporal pasan por sufrir cambios de humor, llanto, ansiedad e irritabilidad, y suelen alargarse entre unos días y dos semanas. Se trata de una respuesta normal del cuerpo ante cambios hormonales que suceden en el mismo tras el parto y suele desaparecer por sí sola pasados unos días.
Por otro lado, la depresión posparto es una condición más grave y persistente. Sus síntomas son más profundos y pueden alargarse desde el embarazo hasta seis meses después del nacimiento del bebé.
Este tipo de depresión dificulta que las madres puedan ejercer los cuidados adecuados sobre los recién nacidos y le añade sufrimiento a este período. Los síntomas más comunes son:
- Estado de ánimo depresivo persistente.
- Llanto excesivo.
- Fatiga extrema.
- Insomnio o hipersomnia.
- Cambios en el apetito.
- Intensa sensación de inutilidad, culpa o vergüenza.
- Dificultad para establecer un vínculo emocional con el bebé.
La depresión posparto es una complicación derivada del alumbramiento y no indica ningún tipo de debilidad por parte de la madre. Como cualquier otra complicación, requiere atención médica.
Prevalencia y factores de riesgo
La depresión posparto es un problema global de salud mental y afecta a entre un 13 % y un 17 % de las personas que dan a luz en todo el mundo. En España, según el Consejo General de la Psicología de España, la prevalencia de sintomatología depresiva durante el embarazo oscila entre el 14-15 % y el 23,4 %, y en el posparto entre el 21,7 % y el 30,3 %. La prevalencia de depresión mayor se sitúa alrededor del 4-5 % en el embarazo y del 7,7 % al 14,8 % en el período posnatal.
El riesgo de padecer este trastorno no se da solo con el primer bebé, puede producirse en cualquier embarazo. Cualquiera lo puede sufrir, pero existen diversos factores de riesgo que aumentan las posibilidades:
- Antecedentes personales y familiares de depresión.
- Trastorno bipolar o de ansiedad.
- Edad inferior a 20 años.
- Factores socioeconómicos: falta de apoyo social, inestabilidad financiera o problemas con la pareja.
Los factores sociales pueden condicionar a la hora de recibir un buen tratamiento. Tener poca información al respecto retrasa la visita a un especialista, lo que agrava y dilata aún más la situación. Además, muchas mujeres tienen reticencia a aceptar y revelar problemas emocionales tras el nacimiento, y se enfrentan al estigma de ser “mala madre” si levantan la voz.
Diagnóstico de la depresión posparto
El diagnóstico de esta condición se basa en la evaluación clínica y el uso de cuestionarios estandarizados. Los profesionales de la salud mental pueden utilizar herramientas como la Escala de Depresión Posnatal de Edimburgo (EPDS) o el Cuestionario de Salud del Paciente (PHQ-9) para detectar los síntomas.
A pesar de su utilidad, el diagnóstico a menudo se retrasa debido a que los síntomas de la depresión posparto suelen evaluarse entre seis y ocho semanas después del alumbramiento, lo que deja a las pacientes enfrentándola solas durante un período prolongado.
El tratamiento tradicional para este tipo de trastorno se basa en un enfoque multimodal que combina psicoterapia y medicamentos. La psicoterapia, o “terapia de conversación”, permite a las pacientes abordar sus preocupaciones con un profesional de la salud mental. Ejemplos de procedimientos utilizados incluyen la terapia cognitivo-conductual y la psicoterapia interpersonal. Para muchos, los medicamentos, en especial los antidepresivos, son una parte crucial del tratamiento. Es posible tomarlos incluso durante la lactancia, con un bajo riesgo de efectos secundarios para el bebé.
En los casos más severos, como la psicosis posparto, el tratamiento puede requerir una combinación de antidepresivos, antipsicóticos y estabilizadores del estado de ánimo, e incluso terapia electroconvulsiva. La continuidad del tratamiento es esencial, ya que dejarlo demasiado pronto puede provocar una recaída.
A pesar de la eficacia demostrada de estos tratamientos, su implementación enfrenta barreras significativas, incluyendo la escasez de proveedores, el costo, el estigma social y la dificultad para que las nuevas madres, a menudo aisladas, busquen ayuda.